martes

Armando Brito, pintor poeta

Roger Von Gunten

México es un país con un mar en ambos costados, un continente en su cabeza y otro a sus pies. En su centro se levanta, sembrado de volcanes, un altiplano abierto a todos los vientos portadores de voces cercanas y distantes. Pero la singularidad de México entre los demás países no estriba en la configuración de su territorio, sino en el hecho de que la profusión de paisajes y poblaciones que conforman su superficie se encuentra atravesada, por decirlo así, por un eje temporal manifiesto y real gracias a una cultura milenaria cuya continuidad y fuerza vital ninguna guerra o conquista han podido quebrantar.

Recorrer las tierras de México es desplazarse también en el tiempo: apenas se dejan atrás la capital y demás ciudades entregadas a la vida llamada moderna, las autopistas y todos los caminos transitados por vehículos con motor, el pasado empieza a incorporarse al presente, con formas de vivir y pensar antiguas y arraigadas en un sentir existencial menos chato que aquél del hombre dominado por las máquinas, con su manía de medir y empaquetar el tiempo y la vida.

Ser de este país o vivir en el largo rato permite darse cuenta del grosor temporal que el presente adquiere aquí; y como toda historia en el fondo es una historia de la cultura, han sido y siguen siendo los artistas quienes registran en sus obras este fenómeno tan notable. Claro que también en México abundan los meros productores de arte; los que se adaptan a las exigencias y oportunidades del mercado, se suman a algún movimiento de moda o proclaman haber encontrado sus raíces’ en la representación sin más de objetos y escenas del México de los turistas. Pero siempre aparece el otro, el poeta que con su valor y pureza de corazón dan fe del mundo tal como ocurre aquí y ahora y en todas partes y tiempos a la vez.

Me pareció necesario decir todo esto antes de hablar de la obra de Armando Brito porque este pintor poeta, como ningún otro que yo conozca, ha sabido captar y transmitir, en la superficie de sus dibujos y pinturas, la sensación de profundidad en el tiempo que penetra todo lo que se ve, oye y toca en México; o por lo menos en aquellas partes de México que aún no han sido erosionadas por los valores de una sociedad globalmente computarizada.

No quiero analizar o definir estética o estilísticamente lo que Armando Brito nos ofrece como prodigio de su talento; de su capacidad para mirar y anotar con precisión lo que acontece en el mundo que le rodea y acogerlo – lo placentero tanto como lo doloroso – en su quehacer de artista. Tan sólo quiero pararme frente a sus cuadros para conocer algo que antes no conocía y ni siquiera sospechaba que podía conocer.

Porque toda obra de arte nos descubre, a través de la imagen que la habita, una ventana hacia la realidad, aquella plenitud y deslumbrante alegría que intuimos más allá de los confines de la razón.

El cristal de tales ventanas nunca será del todo transparente sino opacado –también enriquecido– por los colores de la personalidad de cada artista. Será por esto que hay tantas maneras de pintar como pintores y épocas en qué pintar. Sin embargo, la luz que emana de las verdaderas obras de arte siempre es una y la misma; su esplendor nutre las raíces del árbol de nuestra vida y el artista buscando las suyas en él las encontrará.

De la serie "Pintando dentro de la serpiente"